miércoles, 25 de mayo de 2011

50

He cumplido cincuenta y cinco años.
A esta edad, mi personaje histórico favorito, Paul Gaugin, moría en el Pácifico Sur, llevado de lepra y un corazón roto. Van Gogh ya llevaba más de diez años muertos- Modigliani solo llegó a la edad de treinta y cinco, y su amigo Utrillo le sobreviviría en una larga borrachera de más de veinte años, para preguntar por él, por Amedeo, a los setenta y un años, con los ojos claros de inocencia, como los de un niño-
Y como debe uno hacer a esta edad, me pregunto que he conseguido en la vida.
Me pregunto por qué dejé la casa de mis padres a los quince alos, por qué me embarqué en un pesquero a los diecisiete, para faenar en la pesca de cangrejos en el mar de Bering, por qué hubo de darse en mi vida la circusntancia de que un hombre quisiera matarme y casi lo lograse, en el helado norte de Alberta, de un tiro en el pecho. Por qué viajé por los trópicos buscando algo
que intuí siempre y no reconocí nunca.
He pintado más de tes mil cuadros, algunos muy buenos. He publicado dos libros de poesía en inglés, poesía siempre resentida con el tiempo, reacia al victimismo de estar vivo, y cercana a la angustia inefable de los ángeles.
He hecho bastante. He amado a tres mujeres que no me permití olvidar nunca, aunque ellas me olviden. He tenido un hijo a quien pude, finalmente, querer más que a mi vida.
Y ahora estoy solo y sin poder irme, debido a una condición médica, en una pequeña ciudad española, burguesa hasta la médula; ciudad cuya intencion es anestesiar el alma.
Pero no lo conseguirá.
Aquí, a los cincuenta y cinco años, puedo decirme a mi mismo que cuando un artista, un marinero, un trabajador de la construcción, o un fuera de la ley me ve pasar, puede decir, con todo orgullo: mirad, ese es uno de los nuestros. Como Joseph Conrad dijo de lord Jim-
Y es que, para saber cuales son las intenciones del hombre que es un guerrero en el alma, éste no precisa servir a un imperio.
Cuando la muerte, que me persiguió, cariñosa como un perro, por todo el amplio mundo, venga a buscarme, tendrá que hacerlo en un espacio reducido, en el que yo estoy ahora, el que yo he elegido: aquí, en mi cuarto. sobre el gram sillón azul oscuro. Y tendrá que ser educada conmigo. Acercarse gentilmente a mi lugar, como la nieve sedosa y fresca, como una llovizna lenta y calurosa sobre los parpados.

lunes, 23 de mayo de 2011

vortex

El mundo, de repente,
se ha llenado de dolor.

Dolor de hueso calcinado,
despojado de amor.

Y tu voz amputada
se me acerca inutilemente.

Quiere engraciarse, volver
a entrar en mi. Y ya no puede.

He visto el odio mudo
que hay detrás de tu frente.

No sabes perdonar: incluso
tu compasión me hiere.

Todo en el mundo de repente
se entristece.

El viento ha vuelto su espalda
a quien padece.

La esperanza es un absurdo
que se desvanece.

Miren a donde miren los ojos,
la oscuridad los envuelve.

Amortajada en vida, la mirada.

Las manos, maniatadas, y la boca
atenazada.

Y yo
figura enmudecida que cuelga
de una nube, en una plaza

mientras la gente mira
sin saber de dónde procede nada,
ni la muerte
ni las lágrimas.

Por un horizonte de plomizas aguas
los barcos negros pasan.

El mar que no tienen nada
que ver con nadie, se abalanza
contra las rocas negras, ávido de suicidio.

No quiere estar: Lo mismo
desean mis púpilas ahítas
de nostalgia
por alegrías pasadas:
quedarse yertas a la sombra de los párpados
cerrados pora siempre, que descansan
de las mentiras y la rabia.

Quedarse
como una barca quebrada,
una barca que no sirve para nada,
desgüazada en el agua.

EL VALLE

Cuando tengo algo de tiempo libre, salgo al campo, busco los caminos perdidos, los pueblos viejos. Soy un amante de la soledad y de los lugares viejos, y me gusta creer que a veces me acerco a la linea que separa a los vivos de los muertos.
hacve dos días he estado en Serín, un caserío entre Oviedo y Gijón. La estación es una reliquia, con gran alero de madera. En un banco resquebrajado junto al portón cerrado con un candado antiguo, ví a un hombre sentado, el ala del sombrero echada sobre el rostro. No le miré dos veces, pero me pareció que dormitaba.
Bajé por el camino, bordeado de alta maleza y hierba que el viento peinaba, dando al verde claro reflejos plateados, como de agua. aquel lugar, solitario, lleno de sol y viento, parecía irreal, quizá el recuerdo de otro lugar. Los númerosos árboles susurraban como un mar distante. El silencio sideral zumbaba sobre aquellos valles frondosos. Se setía el girar del planeta. Puede que hubeira muertos bajo la tierra, pero parecía un paraje soñado y suspendido del cielo.
Una figura se me acercó por el camino. Alguien de la comarca que, aunque vestido con su traje de doimingo, tenía toda la apariencia de campesino. Alzó la mano en un saludo, que le devolví. seguí andando y pronto me olvidé de él.
Después de una hora o así de paseo, decidí volver a la estación y tomar el tren de vuelta a Oviedo. Me sorprendió que hubiera una ambulancia frente al edificio. Los paramédicos iontroducían un cuerpo en el vehículo, sobre una camilla. Les dije, al ver la cara del paciente, que parecía dormido:
- Acabo de encontrarme con este hombre ahí abajo, en el sendero...
-Pues ya es raro- contestó una de ellos, con cierta ironía- porque lleva sentado en ese banco, muerto de un ataque al corazón, más de una hora.
-Ah- respondí- Eso quiere decir que mientras ustedes llegaban a por él, su espiritu decidió dar un paseo.
Miré hacia el valle. Seguro que estaba lleno de fantasmas.

sábado, 21 de mayo de 2011

DE NUEVO, TÚ.

Luego
tu rostro lo vela una nieve de luna.

Disfrazo el secreto de tu presencia.

Que no sepa nadie como los ríos turbios
repiten la falta de tí,
que la tierra está empapada
de tu lejanía.

Yo te guardo donde nadie
puede mirar, de puro remoto y profundo.
Un día saldrás por mis ojos,
sorprendente y terrorífica,
convertida en mi mismo.

Luego
tu perfil desaparece
detrás de la calina de los esfumados estíos:
tu boca, desvaída como el rojo
de una flor muerta,
tu lívida mirada
como el azul de unos ojos recordados.

Estás. No estás. Que yo no sé si vivo
o ya no,lo corrobora el hecho
de que el viento pueda ulular
por el hueco de mi corazón
como por un desierto
o una cueva en la roca.