En aquel país no sabían nada de la legión extranjera española. Por lo tanto, cuando en aquel pasillo de hospital comenzó a retumbar la canción del legionario, los médicos, camilleros, enfermeros y enfermos acudieron a asomarse para ver qué pasaba.
Lo que pasaba era que mi padre estaba siendo acarreado al quirófano en camilla a lo largo de aquel pasillo, y sin que nadie lo notase, había camuflado un pequeño magnetofón entre las sabanas y puesto aquella música marcial a tope.
Me tocó a mí explicar a aquella gente, en inglés, que mi padre había sido legionario en el Sahara español y que como iba a ser operado del pulmón y eso representaba un riesgo, había puesto la canción de la legión como quien marcha al ataque.
Nadie le dijo que apagara el aparato, solo que bajara el volumen. Aquella gente suele ser comprensiva y liberal.
Intuí que , como cualquier persona normal, mi padre estaría pasando miedo según se acercaba el momento de operarse, así que se me ocurrió tomar su mano en la mía y apretarsela con cariño, para inspirarle valor.
Su respuesta fué apartarme de un manotazo y decir, " a tí qué te pasa, ¿es que eres maricón?"
Y por un momento me pregunté si acaso lo era, ya que no entendía lo que había de malo en tomar su mano en la mía en semejantes circustancias. Se trataba de mi padre, al fín y al cabo.
Tuve que abandonarle una vez que le introdujeron en el ascensor. La operación tardaría seis horas, quizá más. Pensé que me iría a comer por ahí: Los hospitales siempre me abren el apetito.
Era verano y me fuí a Chinatown para comer en un bufet. Hacía mucho calor. Puede hacer un calor sofocante en aquella zona pantanosa que llaman La Herradura, entre Detroit, Toronto y Chicago. Mientras engullía comida china de segunda categoría pensaba en lo mal que nos habíamos llevado siempre yo y mi padre.
Yo era una persona sensata, lógica, y él un romántico empedernido que adoraba toda la parafernalía militar y los libros de aventuras. No tenía ideologías políticas, pero quería formar su propio partido en Norteamerica. Tenía una extraña visión de aunar Canadá y España en una única potencia militar. Ni que decir tiene que a nadie parecía interesarle tal proyecto, excepto a un gallego amigo suyo que se llamaba Pedro.
Pedro le decía a mi Padre que si se hubieran conocido a finales de la guerra, él hubiera enviado a mi padre al trullo, puesto que no era un tipo patriota. Mi padre, por su parte, pensaba que Pedro era una excelente persona, aunque bruto y solapado, como todos los sentimentales, sobre todo los gallegos.
Iban a cortarle medio pulmón a mi padre. Yo sabía que saldría bien de la operación, pero presentía que moriría en uno o dos años, porque el cáncer se le extendería. Me pregunté si alguna vez me había querido, ya que para mí él era un ídolo.
Lo cierto, y esto lo supe más tarde, es que me tenía unos celos tremendos. Y eso por que le parecía que mi madre se preocupaba más de mí que de él. A veces trataba de influenciarme contra ella y la familia de ella. Mi madre era huerfana de padre. Había sido críada por su hermano mayor cuando su padre fúe asesinado un poco antes de la guerra civil. Era un activista de izquierdas, un minero muy popular que daba discursos por ahí. En la foto de sus funerales había gente incluso venida de Francia, con el puño en alto.
La familia de mi madre nunca vió a mi padre con buenos ojos. Les parecía un poco loco, aparte de que venía de una familia de derechas. Incluso muchos años después de muerto Franco, mi padre y mi abuelo, mi abuela, ya centenaria y sin memoria, besaba el retrato de Fraga Iribarne que había mantenido sobre su mesita de noche desde finales de la guerra.
Se dió pues en mis origenes una dicotomía que por otra parte no era poco común en la España de entonces. En consecuencia, nunca fuí capaz de tomar nada que tenga que ver con preferencias políticas del todo en serio, y desconfío sobremanera de la gente que está demasiado segura de sus creencias.
Debo decir ahora acerca de mi padre que si tuvo que emigrar, a pesar de considerarse y auto proclamarse afiliado al régimen de Franco, fué por acciones que redundaron en beneficio de gente que él consideraba oprimida, explotada y expolíada de sus derechos. Total que el mismo régimen al que era adepto se hartó de sus acciones socialistas y le puso de patitas en la calle. Esto despues de que hubiera ejercido de juez en la audiencia territorial de Oviedo durante algunos años.
Muchos años despues mi padre todavía soñaba con que se le indultara, dándole su antigua posición, para volver a una España que en realidad ya no reconocería, pues había cambiado a pasos agigantados.
Extraña la nostalgia que siempre agitó a mi padre. No sentía aprecio alguno por las tierras verdes del norte, ni por la culta Cataluña, ni por la poética y extrovertida Andalucia. Soñaba con vivir en Aragón o en Soria. Era un enamorado de los paisajes aridos y sin verdor, de la tierras altas heladas en invierno y abrumadoramente cálidas en estío. A lo largo de su vida trató de ahorrar dinero para comprar una casa de piedra cerca del Moncayo. Y pintaba constantemente, de memoria, aquellos paisájes que solo conocía por la poesía de Machado y las leyéndas de Becquer.
-Soria, Aragón: tierras guerreras, puras, elevadas, cuna de místicos y ascétas- decía.- Lo demás son chorradas.
Yo admiraba cierto desapego, cierta lejanía que había en sus cuadros, una especie de distanciamiento del sufrimiento y las preocupaciones humanas que llenaban aquella pinturas de extraña belleza.
Aunque mi padre no podía pintar otra cosa que no fueran muros de piedra , tierra sin árboles y montes desolados, yo le admiraba por su arte. Pero tambien es cierto que sus intentos de plasmar rostros o cuerpos humanos o animales eran risibles.
A los diecisiete años, decidí seguir sus pasos como pintor e hice mi primer cuadro. Esto causó a mi madre un disgusto muy fuerte, ya que consideraba la aficción de mi padre al arte una de las causas inmediatas de que nunca tuvieramos suficiente dinero y de que mi padre perdiera un empleo tras otro. Eso no era extrictamente cierto, peo no se podía culpar a mi madre por estar harta de lo que ella describía como aquellas "pintarrajeadas".
Mi primer cuadro fué un desnudo: un elegante desnudo hecho de imaginación de una chica que me gustaba por aquel entonces.
Se lo mostré a mi padre, casi esperando que me felicitase por lo bien hecho que estaba.
-Tiene cierto talante, y tambien talento- dijo- pero se ve que eres más de la familia de tu madre que de la mía. Es un cuadro decadente, casi pornogáfico, sin aquellos valores eternos que deben reflejarse en una verdadera obra de arte. Sin embargo, no te preocupes. Te enseñaré a pintar vistas de Aragón o de Soria-
jueves, 25 de agosto de 2011
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