La vida pone nuestro amor a prueba.
Y nos sorprende descubrir que no amamos tanto como creémos.
Eso pansaba ella, Edelvina, en el silencio, en la mudez de aquel piso bien soleado, sentada en el sofá de preciosos diseños, junto a su madre, la inmovil, la silenciada, la de la cara torcida.
Su madre preciosa. Tan alerta, tan inteligente e ironica, otrora.
Edelvina trabajaba y cuidaba de su madre.
Se había divorciado hacía mucho. Tenía una hija de veintirés años.
Había vuelto al piso que su madre ocupara durante años, en una ciudad del norte de España, antes de que la paralizase la ambolia. Había vuelto de vacaciones, por un mes, con la madre en la silla de ruedas, empujando la silla por aeropuertos, calles, autobuses.
Y habían vuelto porque en España vivía su hermano, que tambien estaba enfermo. Para que él y la madre se vieran tras casi cinco años de estar separados, de vivir en continentes distintos.
Edelvina está sentada en el sofá de hermosos diseños, de colores alegres, que la madre compró hace tantos años. Junto a la ventana entreabierta por donde se cuela una brisa que agita los visillos, está la madre, rigida, en la negra silla de ruedas. Y al lado de Edelvina, tambien sentado en el sofá, el hermano, pálido, con la tez amarillenta de los enfermos del higado. Lo mismo puede vivir veinte años más que morir esa misma tarde.
Edelvina se siente exhausta. No tiene tiempo sino para trabajar, cuidar a su madre y pensar en enfermedades. Quisiera tener un amante, pero los hombres que la conocen se apartan de ella. Parece cansada y ellos intuyen que está deprimida, que lleva un gran dolor dentro.
Es una de esas mujeres de la que otros dependen física y emocionalmente. Una situación tan seria que nadie quiere acercarse a no ser que sea absolutamente obligatorio.
Lo peor es que entre ella y su madre ya no hay tanto que decir. La madre sigue intimando, con gestos, que Edelvina lo está haciendo todo mal en la vida, incluso le indica a veces, con sorna, que a ella, a la madre, nunca se le había escapado ningún hombre al que hubiera querido, mientras que todos huían de Edelvina.
El amor profundo de Edelvina es puesto a prueba constantemente por la madre, por el mundo.
Ahora el hermano tambien la mira con cierto reproche, y le dice:
-Edelvina, tú te preocupas maravillosamente de mamá...pero yo tambien estoy enfermo, ¿sabes? y no le importa a nadie, aparentemente.
Edelvina siente un odio repentino por los dos. Por la madre paralítica, por el hermano consumido, enfermo y tambien abandonado recientemente por su mujer.
- Oye. dice- ¿ te puedes quedar con mamá un ratito?. Necesito bajar y comprar algo para la comida.
Y sale del piso. A la calle. Hace un sol de justicia. Hay mucha gente. Ninguna sonrisa. Nadie la conoce. No quiere conocer a nadie. Decide ir a la estación del tren y escapar, vivir de ahora en adelante en el anonimato. Olvidarse de su familia, de cambiar los pañales a la madre, de preocuparse constantemente por el hígado de su hermano. No quiere aburrirse más. Es atractiva aún. Hay un mundo abierto ante ella.
Lentamente entra a Más y Más, el supermercado.
La madre es diabetica. Tiene que comprar los yogures con edulcorante.
Diariamente, de forma más o menos parecida, el amor de edelvina es puesto a prueba.
viernes, 26 de agosto de 2011
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