viernes, 15 de abril de 2011

Cosa de hombres

A los diecisiete años, dejé la casa de mis padres. En Montreal, un verano inmemorial, me emborrraché durante tres días. La noche del tercer día me eché a dormir sobre las piedras de los muelles del gran San Lorenzo. La noche rutilaba de luces que se reflejaban en las aguas negras. Durante el inquieto sueño se me ajuntó un perro vagabundo. Un malamute blanco y grande a quien llamé Wolfgang. Al alba hablé con el capitán de un pesquero que salía para los grandes bancos de atún y fletán de Terranova. Era un hombre con barba y piel curtida que había nacido en la Columbia Británica. No le importó que no tuviera yo experiencia. Necesitaba un ayudante de cocinero. Iban a estar casi dos semanas en altamar. Me enseñarían a lavar los peces y a destriparlos. Más tarde iríamos al mar de Bering a la pesca de centollos, y aquello sí reqeriría experiencia y coraje. Wolfang podía venir a bordo. El barco se llamaba Helecho, y estaba pintado de verde. Llevó cerca de un día navegar el delta del San Lorenzo hasta salir a mar abierto. Al malemute le encantaba el viento del mar, fresco, que le llenaba la pelambre de sal y le ensanchaba los pulmones. Parecía reir todo el tiempo, aquel perro inolvidable. Ya en la mar, las olas eran azules y blancas, de cinco metros de altura. No había esa calma gris que entristece y aploma, sino movimiento, una especie de inmensa alegría elemental. Yo sacaba la cabeza fuera de borda para que la espuma me salpicara el rostro. Que bonito es el goteo frío del mar sobre la piel de la cara y las manos. Pensaba, a veces, en mis padres, que estaban tan lejos. Pero ahora mi unico familiar era Wolfgang, con su bonita pelambre de nieve. A los cuatro días echabamos las enormes redes. A veces, con aquellas redes, se pescaba algo inesperado entre los fletanes o los atunes. Una vez, decía el capitán, habían sacado un cadáver. Luego resultó que era el cuerpo de un marino japonés:Las mareas lo habían llevado al mar del norte y estaba medio triturado por los tiburones. El capitán y yo hicimos buenas migas. Una vez vino y me dijo que yo era muy guapo y me puso la mano sobre el muslo. Creo que era un tipo sensual y la falta de mujeres a bordo le volvía raro. Le aparté la manaza de una bofetada y el se conformó, y no pasó nada. Comprendió que a mi no me iban los hombres en aquel sentido. Luego bebimos juntos muchas veces. El se ponía a cantar baladas de mar escocesas, y a putear contra los chinos, que no le gustabam. Podía ser aburrido El rancho era siempre igual, patatas con pescado frito o cocido, y tambien alubias de lata con espinacas congeladas. el barco había sido fumigado de ratas antes de salir de puerto. Una noche, despues de celebrar una enorme redada de atún, lo que suponía muchos dólares en el mercado de Halifax o St.John de Terranova, yo dormía en mi camerino despues de haber bebido mucho. A altas horas de la mañana me despertó una sensación pegajosa en el rostro, y un aliento a whisky. Era el capitán. Se había deslizado en mi camastro y me estaba lamiendo el rostro como un perro. Le tuve que empujar y se cayó del camastro, con un golpe seco contra el suelo de metal. Tenía los ojos rojos como el demonio, y echaba espumarajos por la boca. Yo lo veía a la luz de un quinqué que siempre encendía para no dormir a oscuras. Al perro le ponía nervioso la oscuridad de alta mar. -Te voy a matar, hijoeputa- gruñó aquel pervertido. Lo hubiera hecho. era muy fuerte y había sacado una de esas navajas farrucas que se compraban en los puertos españoles y que lutilizaban antaño los zingaros para luchar. Los muelles de la navaja al abrirrla hacían un ruido de miedo. La hoja podía abrite en canal, de larga que era, y dejarte con las tripas colgando, Me lanzó unos navajazos que se perdieron en el aire, y de pronto el malamute se le echó encima y le mordió la muñeca de tal forma que la mano de la navaja se le separó del brazo. Entonces yo supe por qué el malamute había venido a mi encuentro aquella noche. Era cosa del destino. El cocinero chino le hizo un torniquete al jefe, que una vez pasada su borrachera me miraba consternado. El chino le decía, mientras le paraba la hemorragía: -Eso pasal a uté pol tlael gente joven a boldo. Uste é un buen homble, pelo volvelse malicón cuando sale de pesca. Tuvimos que volver a tierra firme con antelación, para que el capitán fuese atendido por los médicos. En Halifax, unos días despuen, nos encontramos todos en el Cachelote, una taverna local. El malamute estaba muy contento. El capitán había perdido una mano, pero bebía con la otra, y decía, riendose: -Ahora puedo ponerme un gancho, eh! Como un puñetero pirata de leyenda. Eh! Soy el capitán Garfpio. Aquí me tienen. Era un hombre simpatico.

miércoles, 13 de abril de 2011

El sobre

El sobre azul

Me senté en el sofá y abrí el sobre con unas tijeras.
De toda la correspondencia de aquel día, lo abrí primero, pues era un sobre raro: azul, con nada escrito sobre él. Intimo y lejano, por su color y la ausencia de palabras.
Los demás sobres eran, como de costumbre, cartas del banco, facturas, las pequeñas irritaciones cotidianas.
Mi mujer, desde la salita, preguntó: "¿ Algo interesante?"
-No - mentí- las nimiedades de siempre.
Pero a partir de entonces me inundó la tristeza , la nostalgia.
Había reconocido, brotando del sobre como el aliento dulce del fantasma de alguien querido y perdido para siempre, aquel aroma suyo, aquel perfume de oceano mar de lavándula que sirgía de su piel, de su cabello.

martes, 12 de abril de 2011

CACATUA

La tierra seca ondulaba, al parecer, hacia el infinito. A lo lejos se veían columnas de humo, que en el aire caliente parecían temblar iluminadas como la superficie de un rio en la canícula. La mujer, sensual, con el ala ancha del sombrero sobre los ojos azules, se llevó a la boca el vaso de frío vino blanco, y bebió. Luego dió una chupadita al cigarrillo y, con tono cansado, dijo: - Están quemando la maleza para que las cacatúas puedan encontrar el grano y subsistir. El hombre sonrió. - Les importan mucho las cacatúas, aquí, ¿no es cierto? - Bueno- dijo ella- son las aves de esta tierra. La realidad es que son bonitas, aunque traviesas. Se pierden miles de dolares al año en grano y fruta. Lo pájaros son como los niños. Lo desperdician todo. Nunca se comen nada entero, solo lo pican un poco, y luego a otra fruta. Y lo único que se puede hacer es tratar de ahuyentarlos a tiros. Sin embargo, son preciosas esas aves, con sus colores vibrantes, y hasta simpaticas. Por ejemplo, la cacatúa de alas blancas hace cabriolas sobre los tendidos eléctricos cuando alguien pasa, como un payaso. Y las cacatúas de ala roja, de pelambre negra y las más antiguas del mundo, con sus crestas de guerrero, viven noventa años y se emparejan con un único individuo para toda la vida, como nosotros los humanos. -Debe ser que esa especie en particular tiene alma, como nosotros. -Quizá, querido. Lo que no cabe duda es que sienten celos.-puntualizó la mujer.- Se han observado casos en que una cacatúa de ala roja fué muerta por su pareja en un arraque de celos. Es costumbre entre esas aves en particular construir varios nidos, a cual más lujoso. Las hembras se emparejan con aquellos machos que parecen lo suficientemente fuertes para construirles varios nidos decentes. Y si se sienten traicionadas, si el macho se empareja con otra a hurtadillas, o no les hace un nido bonito, pueden volverse peligrosas. - Quizá, como las cacatúas de ala negra, las mujeres australianas seais más peligrosas que las demás. - ¿Por qué lo dices?- preguntó la mujer, mirando al hombre de forma demasiado intensa para la pregunta que le hacía, como si quisiera descubrir en él el progreso de algo todavía no evidente, la primera señal exterior de un enfermedad oculta. El calor era apabullante. A lo lejos, ahora, se veían llamas alzandose entre las columnas de humo. El hombre pensó que era demasiado hacer para ayudar a sobrevivir a una multitud de pajarracos que, al final , se comerían la cosecha y causarían el caos en los campos de cacahuetes y en los viñedos. -Me estás diciendo que las cacatúas matan por amor o despecho, como nosotros- dijo el hombre, llevandose a la boca la copa de daiquiri, fresca como la espuma de una catarata impoluta. El zumo de limón helado le proporcionaba, con aquelklos calores, cierta forma de extasis. Todo lo que le había contado la mujer acerca de las catatúas le daba ganas de buscarlas con una escopeta y liquidar algunas. ¿Qué hacían unos pájaros experimentando celos y hasta vengandose de sus parejas cuando se sentían engañadas? Aquello era un ultraje. significaba que la falta de libertad, la opresión, la posesividad, no eran aberrantes invenciones humanas, sino reglas, imposiciones de la naturaleza para con ciertas especies desafortunadas, como las cacatúas y los seres humanos. El sol austral, que daba al paisaje un tono como de corteza de pan bien tostado, sacaba chispas a los rizos rubios de la mujer. Chispas de luz preciosas, enjoyadas. Y ella era hermosísima. Su rostro, risueños, el rostro vivaracho y dulce de la mujer blanca, con sus ojos de color lapislázuli. ¿Qué había llevado al hombre a engañarla con aquella aborigen negra como la noche? Pero no se negaba a sí mismo que en los brazos largos y oscuros de la muchacha nativa había encontrado algo extraordinario: la libertad. Había sido como sumergirse en un río relajante y fresco, que nada le pedía a cambio y solo le daba placer. Aquella mujer de piel tersa y negra no era como las cacatúas. No se emparejaba con quien era apto para construirle un nido. Ni siquiera requería permanencia. Todo fluía, como aquel famoso Tiempo-Sueño que era el centro de las creencias de los aborigenes australianos. Entonces, el hombre sintió el primer pinchazo en el plexus, como si le hubiera traspasado una fría y afilada cuchilla. Y los supo: estaba envenenado. Su visión se empañaba, como si el humo de las lejanas hogueras le entrase en los ojos. Miró hacia la mujer. Se sentía enfermo. Por eso entonces creyó ver que de pronto ella se volvía para sonreirle de manera más bien siniestra. Pero ya no veía la cabeza rubia de su esposa, sino la de una cacatúa de amplia cresta negra, que le miraba con cierto desprecio.

miércoles, 6 de abril de 2011

EL MEDICO

La medicina comienza a ser parecida a la antigua religión. Ibas a la iglesia y te arreglaban el alma, y dabas una limosna con la esperanza de que el cura dijese una palabra al todopoderoso en beneficio tuyo, y te recomendase para la eternidad cuando estirases la pata. Hoy vas al médico con una intención no muy diferente. A por píldoras. Hay toda clase de píldoras sin las cuales, te han dicho, probablemente no vivirías mucho tiempo. Porque tienes cosas que están fuera de control. Las tiroides. La pituitaria. La tensión arterial. Ellos han ido a la universidad y tienen un certificado que avala el hecho de que saben. Hay que hacerles caso, no vaya a ser que la espiches antes de tiempo. En España el sistema de salud es admirable. He oído a la gente quejarse de que muchos médicos no son agradables. Eh, no son camareros. Es la gente que te salva la vida. Tienen derecho a estar de mal humor. Te ven los riñones, el higado, el esqueleto, por radiografía. Como no van a estar irritados. Pero lo que no debía pasar es que estén locos. Eso ya es demasiado. Voy al centro de salud para que mi médico de cabecera me de unas recetas. Pero está, como a menudo, de vacaciones. El sustituto es un señor con traje de primavera, gordito, con bigotes de asas torcidas hacia arriba, y un anillo de mujer en el dedo meñique. Raro, pienso. Para colmo, el cartelito que ha puesto sobre la mesa con su nombre dice: Dr. Santiago Ramón y Cajal. Bueno, pienso, será de la familia del gran genio de la medicina, lo cual redunda en beneficio mío. Me mira con ojos de pez enfadado,. "¿Qué se le ofrece?". Parece talmente que quisiera venderme algo. Le digo que vengo a por mi receta mensual de píldoras para la tensión. -¿Para o contra?-pregunta él-Haga el favor de especificar. - Bueno, supongo que contra. -En resumidas cuentas, es usted hipertenso, no hipotenso. -dice- -Si. respondo- un pelín preocupado. -Pues ya va ustede tirando todas esas pastillas al retrete. No le receto nada. La pastillas le van a hacer a usted polvo. Olvidese de ellas ahora mismo. - dictamina. - Pero. ¿y el efecto rebote?-le pregunto, ya que he sido advertido de que, si se deja de tomar las pastillas de golpe, la tensión se dispara a niveles astronómicos. - ¡Qué efecto rebote ni que cojones¡ Déjese de chorradas. Yo me responsabilizo. Me voy a casa muy contento, porque detesto esas pastillas desde que empecé a tomarlas. Pero a los tres día, un dolor de cabeza inaguantable me lleva de nuevo al centro de salud. La tensión anda, de pronto, por los techos. Pido que me digan donde está Ramón y Cajal, para cantarle las cuarenta. Me informan que ese señor no era realmente médico, sino un chiflado que se había colado en el sistema con informes falsos. - Pasa mucho en Estados Unidos, ¿Sabe?. -Sí- contesto-pero ese cabrón casi me mata. Quiero procesarle. - No se queje demasiado-me dice la enfermera- A otro paciente no casi le mata tambien, pero encima le vendió un puente romano que dijo tener cerca de Antequera, por diez mil euros. Palabra de honor, que esto es cierto. Y que ya nunca me siento del todo seguro en el despacho de un matasanos.

martes, 5 de abril de 2011

debate a la española

En una democracia, o, mejor dicho, en un capitalismo medianamente democrático, ne se debería permitir que una linea de supermercados acaparara todo el mercado y abriera una única franquicia para servir a todo un pueblo de seis mil habitantes. Pero si se le paga la suma apropiada al alcalde, se puede conseguir dicha remunerativa exclusividad. Por eso en nuestro pueblo o villa, mañana y tarde, es un horror hacer la compra. La lineas al cajero son interminables, y recuerdan a aquellas fotos de grandes multitudes apiladas para recojer la comida donada por la Cruz Roja en Moscú, poco despues del colapso del comunismo. Tampoco, en una democracia, deberían hacer los regentes de un supermercado que las chicas de la caja, a menos de seiscientos euros mensuales, hicieran la colocación de los alimentos en las estanterías, fregaran el piso, y otras labores. Pero así es, en la Epaña de precios a nivel europeo y salarios tercermundistas casi. Aún así, algunas de las dependientas consiguen ser amables con los clientes. Esto es muy importante pare que todo funcione bien en la sociedad. Si a un juez le venden los huevos y la leche con una sonrisa, hará despues su trabajo sin caer en la inquina que le habría provocado un mal trato. Y es sabido que las maestras de los niños pequeños tienden a desahogarse con estos si se las enfurece en la linea del supermercado por la mañana tremprano, lo cual a su vez hace que los pequeños tambien se acostumbren al mal humor y crezcan malencarados. Por eso yo aprecio a Paca y siempre quiero que me cobre ella. Claro que nunca hemos hablado de nada personal. Pero tiene los ojos bonitos y verdes, el pelo negro, como a mi me gusta, y hasta este mediodía me parecía inteligente. Yo no me creo demasiado inteligente. Soy, me parece, normal, aunque mi madre pensaba que era un poco denso. Hoy, tras la discusión con Paca, tengo mis dudas acerca de la inteligencia mía, la de ella, y la inteligencia en general. Resulta que compré un paquete de rollos de papel del vater, una cajita de tomate frito, y unas cuchillas de afeitar. El día era soleado y alegre. En la calle ya, miro el recibo y veo que junto a este hay otro papelito que me hace partícipe en una especie de rifa de algo que llaman "la cesta de la suerte". No sé que clase de cesta será. El caso es que el papel dice "la cesta de la suerte del 3 de abril" Así, sin más. Entonces me percato de que estamos a 5 de abril. Solo por curiosidad, vuelvo a la tienda y le digo a Paca, sonriendo, que ya estamos a 5 y, entonces, ¿cual es el sentido de darme un papel para una rifa que se celebra el 3?. Ahora ella me mira como si yo fuera, definitivamente, retrasado mental, aunque aún se muestra amable. - No- dice- la rifa, que no es en realidad una rifa, no es para el tres, sino que empezó el tres. Confundido, le pregunto: - No es que tenga mucha importancia para mí, pero ¿no sería mucho mejor dar la fecha de cuando se hace la entrega de la cesta que la fecha en que alguien tuvo la idea de organizar esta rifa? Ahora ella se lo toma a lo personal, como si ella fuera la organizadora de la rifa o la dueña del supermercado. -Y si no le importa mucho, ¿ para qué me hace darle explicaciones? Muy cierto. Pero el meollo de la cuestión sigue sin esclarecerse. _Ya. ¿Pero no le parece que sería más lógico dar la fecha de la celebración de la rifa?-pregunto. Y así durante quince minutos. -Oigan, ¿es para hoy?-grita uno con grandes puños y peludo, que, por alguna razón , lleva un peluche en la mano. - Me agradecerá que averigüe para cuando es esta rifa- balbucéo, estupidamente. - Me importa tres cojones la rifa- dice él, pero no tengo todo el día, algunos curramos. - Me alegro de que no sea unos de los cuatro millones de parados... Y así hasta que salí, finalmente, convencido de que Paca ya no me miraría nunca con los mismos ojos. Y entristecido por ello.