miércoles, 6 de abril de 2011

EL MEDICO

La medicina comienza a ser parecida a la antigua religión. Ibas a la iglesia y te arreglaban el alma, y dabas una limosna con la esperanza de que el cura dijese una palabra al todopoderoso en beneficio tuyo, y te recomendase para la eternidad cuando estirases la pata. Hoy vas al médico con una intención no muy diferente. A por píldoras. Hay toda clase de píldoras sin las cuales, te han dicho, probablemente no vivirías mucho tiempo. Porque tienes cosas que están fuera de control. Las tiroides. La pituitaria. La tensión arterial. Ellos han ido a la universidad y tienen un certificado que avala el hecho de que saben. Hay que hacerles caso, no vaya a ser que la espiches antes de tiempo. En España el sistema de salud es admirable. He oído a la gente quejarse de que muchos médicos no son agradables. Eh, no son camareros. Es la gente que te salva la vida. Tienen derecho a estar de mal humor. Te ven los riñones, el higado, el esqueleto, por radiografía. Como no van a estar irritados. Pero lo que no debía pasar es que estén locos. Eso ya es demasiado. Voy al centro de salud para que mi médico de cabecera me de unas recetas. Pero está, como a menudo, de vacaciones. El sustituto es un señor con traje de primavera, gordito, con bigotes de asas torcidas hacia arriba, y un anillo de mujer en el dedo meñique. Raro, pienso. Para colmo, el cartelito que ha puesto sobre la mesa con su nombre dice: Dr. Santiago Ramón y Cajal. Bueno, pienso, será de la familia del gran genio de la medicina, lo cual redunda en beneficio mío. Me mira con ojos de pez enfadado,. "¿Qué se le ofrece?". Parece talmente que quisiera venderme algo. Le digo que vengo a por mi receta mensual de píldoras para la tensión. -¿Para o contra?-pregunta él-Haga el favor de especificar. - Bueno, supongo que contra. -En resumidas cuentas, es usted hipertenso, no hipotenso. -dice- -Si. respondo- un pelín preocupado. -Pues ya va ustede tirando todas esas pastillas al retrete. No le receto nada. La pastillas le van a hacer a usted polvo. Olvidese de ellas ahora mismo. - dictamina. - Pero. ¿y el efecto rebote?-le pregunto, ya que he sido advertido de que, si se deja de tomar las pastillas de golpe, la tensión se dispara a niveles astronómicos. - ¡Qué efecto rebote ni que cojones¡ Déjese de chorradas. Yo me responsabilizo. Me voy a casa muy contento, porque detesto esas pastillas desde que empecé a tomarlas. Pero a los tres día, un dolor de cabeza inaguantable me lleva de nuevo al centro de salud. La tensión anda, de pronto, por los techos. Pido que me digan donde está Ramón y Cajal, para cantarle las cuarenta. Me informan que ese señor no era realmente médico, sino un chiflado que se había colado en el sistema con informes falsos. - Pasa mucho en Estados Unidos, ¿Sabe?. -Sí- contesto-pero ese cabrón casi me mata. Quiero procesarle. - No se queje demasiado-me dice la enfermera- A otro paciente no casi le mata tambien, pero encima le vendió un puente romano que dijo tener cerca de Antequera, por diez mil euros. Palabra de honor, que esto es cierto. Y que ya nunca me siento del todo seguro en el despacho de un matasanos.

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