Culpa del trópico. De sus compañeros.
No. Solo debía culparse a sí mismo. Al alcohol, quizá.
Jamás lo hubiera hecho en Europa.
Era un tipo gordo, naturalmente reprimido y triste.
Durante aquel viaje a la isla, sus colegas le habían emborrachado.
La tarde caía caliente y opresiva sobre el chiringuito con techo de paja de una playa color plomo. Había bailado sudando por todos los poros al ritmo de una samba sinuosa, que evocaba lujuria y navajazos.
La barriga le colgaba por la camisa sucia y abierta sobre el cinturón. Los otros se reían de él.
Luego perdió el conocimiento. Y despertó al lado de una joven de piel morena. Le habían empujado a ella.
Abrió la billetera para pagar a la chica. Vió la foto de su hija de quince años. La prostituta no era mayor.
Salió al mar. Lejos. Fué como ahogarse en lágrimas.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
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