Pensé que te volvías
cada vez más distante
porque era yo quien no podía
llegar a tí del todo,
comprenderte.
Pero un día me dí cuenta
de que aquella distancia
había estado contigo
antes de llegar yo,
como está en la mar turbia
antes de que la miren.
Cuando me decías algo
lo decías de soslayo
como si no quisieras
darteme a conocer;
casi no lo decías,
volviendo la mirada
hacia cualquier vacío.
Y según te acercabas
te ibas ausentando:
mis ojos te sentïan
aparecer, tal como
aparece en la niebla
una forma que nunca
alcanza a definirse,
algo que permanece
temblando al otro lado
de la materia, incierto.
Nunca fusite del todo
real. Tu cuerpo se dejaba
amar por unas manos,
por unos labios que
tú sentías apenas.
Yo te cruzaba como
una canoa fina
sobre agua de espejismo.
Ahora no queda mucho:
las campanas que doblan
en plazas que anduvimos,
los caminos vacíos,
las hastiadas esquinas.
Sobre todo la estela
de soledad que fuiste
dejando detrás tuyo.
Y la memoria helada
de tu rostro...
¿Quien eras?
Me repito
por lo bajo tu nombre.
Eras quizá el reflejo
de todo, y la presencia
de nada, como el tiempo,
el deseo y el mundo.
viernes, 3 de junio de 2011
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