jueves, 2 de junio de 2011

ULTIMO INTENTO

Astorga no es una villa romántica. Tiene una claridad muy castellana, excepto cuando alguna tormenta pasajera la oscurece, y entonces se vuelve plateada, se refleja a si misma en las piedras de sus calles, como una dama medieval en un espejo oblongo, pálida y serena, y un poco fría.
Desde el mirador, se otéan extensos campos, limitados por montes que azuléan contra un mar de nubecillas iluminadas. Las casas de tejados rojos parecen, entre las vegas verdes brillantes, cubitos de mazapán encendidos por el sol.
Había escapado del presente, o así me sentía. Astorga: una villa para extirpar el recuerdo, donde nadie me conoce.
Encendí un cigarrillo. El sol me calentaba el rostro. Por el cielo no volaba ninguna cigüeña. Oí el eco de sus tacones, viniendo de la izquierda. Mirandola, elegante y sexy, sentí un poco de timidez. Habíamos vuelto a vernos después de un año de separación, en un lugar neutral, donde no habíamos estado juntos nunca, para ver si recobrabamos el amor perdido.
Y había ocurrido que durante dos días y dos noches. revivímos la pasión antigua. Y nos engañamos creyendo que todo volvería a ser igual
Pero aquel tercer día ocurrió algo inesperado: nos hastíamos. Más bien, reconocímos que nos cansabamos mutuamente. Habíamos resucitado nuestra pasión, por dos días y pico...pero ahora la realidad se entrometía. Yo veía la preocupación, la tristeza, en sus ojos de un verde tardío. Y sabe Dios qué embarazosos indicios de cansancio y vejez vería ella en los míos.
Se acercó a mí y encendió ella tambien un cigarrillo, miró a la lejanía, donde la tierra exhalaba un humo cálido, una neblina medio invisible, como si se quemara por dentro.
-Bien. Han sido dos días bonitos- dijo- ¿Piensas lo mismo que yo?
- Sí- contesté- No va a funcionar.
Mi embarazo crecía por momentos. Casi tartamudeaba. Me sentía como un extraño, como alguien que había quebrado el protócolo y quedado en ridículo- simplemente, no quería estar allí, sino lejos de ella. Ya no quería conocerla. Sabía que la separación de un año había puesto las cosas en su sitio: no nos gustabamos. En su mirada había una frialdad, una lejanía, que me pareció repulsiva.
- ¿Qué vas a hacer?- pregunté-
- Me voy ahora, en el Alsa-dijo-No podría quedarme en esta ciudad de mierda ni otro segundo.
¿Y tú?
- Creo que me encanta Astorga. Voy a quedarme unos días-dije.
Era el año Jacobeo. Pasó a nuestro lado una pareja de peregrinos, con sus largos bastones.

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