Antaño, salía al mediodía y compraba el pan en una panadería de Atocha. Se tomaba dos cañas frías en el Hotel Sur, y volvía a casa a comer. Sobre todo en la largas temporadas del verano, cuando el nieto se quedaba con ellos, era feliz. pero feliz con esa tristeza medio oculta que produce no saber para qué pasan las cosas ni por qué un día todo empieza a dejar de pasar.
De pronto en torno suyo no había nadie. El nieto era un hombre y ya no lo veía nunca. La esposa para quien salía a comprar el pan ya no estaba, pero había dejado una sutil estela de niebla en el piso que compartieran.
Ni siquiera el Hotel sur existía ya. Y aquellos viejos camareros con el acento de madriod que hablaban a gritos, sabe dios en que sueño servían cafés a sabe Dios qué fantasmas.
Madrid cambiaba según él envejecía-
Incluso los bocadillos de calamares de su bar de costumbre, y las cañas, eran ahora bazofia, y los precios, un robo.
Estaba triste. La ciudad rugía, en sus oídos. parecía decirle: "Te voy a comer vivo"
viernes, 10 de junio de 2011
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