domingo, 2 de octubre de 2011

El perdón.

Toda norma social parecía diseñada para canalizar la lujuria.
Sin embargo, todo era resultado de ella: la proliferación de las plantas, los partos, la avaricia de los hombres de negocios como él, la avideza del poder...
No había ejercitado el control preciso sobre sus instintos, y lo había perdido todo.
El alcohol, las prostitutas, sus amantes, le acabaron.
No trabajaba, ya no tenía familia. Solo era un tipo mayor, perplejo y triste.
Esperaba que aquel viaje a la isla le rejuveneciese un poco, le liberase.
El agua era de un turquesa mirífico. La playa aparecía dorada, sin gente. La brisa le acariciaba el rostro calidamente. A lo lejos había barquitas de pesca, como juguetes flotando en las olas.
Tropezó con algo. Era una gran caracola. Se la llevó al oído, como haría un niño.
Allí adentro, retumbaba el océano, la libertad. Era una voz que le absolvía de toda culpa...

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